martes, 8 de marzo de 2016

Transitando a la adultez. Reflexiones al subir la escalera.

Bueno, pues si, este mes celebro mi cumpleaños número treinta. He salido del grupo de edad 25-29 para ser parte del 30-34 y estoy muy feliz. De acuerdo a estimaciones del banco mundial puedo esperar vivir hasta los 72 años y tal vez un poco más ya que los niveles educativos altos están asociados con una vida longeva. Sin embargo, esta vez no quiero ahondar en cuestiones de esperanza de vida, mas bien me interesa escribir acerca de la transición a la adultez y un poco de las reflexiones que me han surgido al subir la escalera de la estratificación social.

Primero, a manera de apunte, es importante mencionar que fue a partir de los años setenta que se empezaron a desarrollar estudios de los periodos de transición de los individuos desde la niñez, hacia la adolescencia y adultez (si quieren algunas referencias, con mucho gusto se las comparto). Entre las cuestiones que se han estudiado hay diferentes temas como las trayectorias escolares, laborales, matrimoniales, de paternidad y maternidad por ejemplo. Comento esto, por un lado porque es un enfoque que me gusta mucho darle a mis investigaciones pues permite detectar los momentos de oportunidad donde habría que hacer intervenciones para mejorar las condiciones de vida de la población. Por otro, creo que ahora en mis treinta puedo hablar un poco acerca de lo que me ha significado transitar a la adultez en tiempos de incertidumbre (como diría la Dra Silvia Giorguli), incertidumbre económica, laboral y de oportunidades restringidas en el sistema educativo. 

Durante mi niñez, crecí y me eduque en la ciudad de México en al menos seis viviendas acompañando la trayectoria de mi mamá que fue madre adolescente en los años ochenta pero que tuvo acceso al sistema abierto de la normal superior donde podía trabajar entre semana y asistir a clases los sábados. Cuando llegue a la adolescencia mi hogar se componía de mi mamá, su esposo (ambos profesores de primaria) y mis tres hermanos. Recuerdo que supe a muy temprana edad, tal vez trece o catorce años, que un día estudiaría en la universidad. En aquel momento la máxima casa de estudios de México, la UNAM, se encontraba en huelga y en los medios de comunicación salían muchas noticias acerca de los jóvenes que levantaban su voz exigiendo el derecho a una educación superior gratuita. Yo no tenia mucha idea de lo que realmente pasaba, pero el sentimiento de búsqueda de justicia social empezó desde ahí a formarse en mi cabeza.

Socioeconómicamente en este periodo mi familia no se encontraba en una situación de precariedad, aunque si con lo justo y en el barrio donde me tocó crecer y ser adolescente ir a la universidad era la excepción y no la regla.  Aunque tuve que trabajar desde la preparatoria y durante toda la universidad para ayudar en mi casa, ponerle crédito a mi celular y poder juntar dinero para ir a los conciertos, en términos generales, en el sistema UNAM me fue fácil hacer la transición a la universidad.  Sin embargo sé que esa no fue la realidad para muchos de mis compañeros, primero vino una ola de embarazos adolescentes a mi alrededor, luego muchos empezaron relaciones sentimentales que los llevaron a salirse de la escuela o no terminar la carrera. A otros más, me imagino que les gano el desaliento o las circunstancias económicas que los llevaron a no terminar de estudiar. 

En el contexto familiar en el que crecí, lo menos que se esperaba de mi era que terminase una carrera universitaria (la que fuera) y que consiguiera un trabajo calificado que me permitiera vivir dignamente. Buscar la superación, decía mi abuela, hacer una movilidad social ascendente dicen los sociólogos. Sin duda el haber tenido la oportunidad de concluir una carrera universitaria y posteriormente hacer un posgrado en investigación me ha llevado a lugares que nunca imagine y que nadie en mi familia había hecho. Logré subirme y escalar la escalera y aunque ha sido muy gratificante, también ha tenido sus costos. "Todo en la vida tiene un precio que hay que pagar" nos decía mi profesor Mario Herrera en la FLACSO, economista, por supuesto.

Si, soy la primera de mi familia que esta cursando un doctorado y en el extranjero (uh). Sí, soy la primera de mi familia que cruzó el mar Atlántico y el Ecuador. He tenido la oportunidad de tener conversaciones con gente de varios países y escuchar sus opiniones acerca del mundo, por lo cual me siento muy agradecida. Las fotos en el facebook lucen bonitas y se ven bien, pero no todo es color de rosa, no, nunca lo es. 

Dejando a un lado las desveladas y el tener que trabajar los fines de semana, para subirme a la escalera y avanzar, he tenido que tomar decisiones nada fáciles como elegir vivir lejos de mi esposo, mi familia y mis perros.  Pero eso no es todo, les cuento que se vive con la angustia de ser un impostor, en la academia y en la vida. Respecto a lo primero, casi todo el tiempo se vive en un cuestionamiento de no saber si la investigación que se tiene en curso es lo suficientemente sólida, si es el método correcto, si la van a destrozar en un congreso. De lo segundo, debido a que mi trabajo no se materializa de la manera en la que lo hacen las profesiones tradicionales de la clase trabajadora de la que vengo, aún me persiguen las miradas de gente cercana que me pregunta cómo para que sirven las ponencias y artículos que escribo. Lo peor, aún me cuesta trabajo explicarles de una manera elocuente que les haga sentido. Con todo y mis títulos, me he sentido tonta en tres idiomas al no poder pronunciar y conjugar verbos correctamente en ingles, portugués y francés viendo a la gente con cara de "no entiendo un carajo de lo que dices". Además, regresando a los tiempos de incertidumbre, el fantasma del desempleo al egreso del doctorado debido a las escasas oportunidades que hay en México, es también una realidad. Sé por mis compañeros que no soy la única a la que le pasa y quizá sea el precio que haya que pagar al subirse en la escalera y avanzar peldaño a peldaño. Tal vez sean sólo problemas de la gente sin problemas.

A manera de reflexiones finales, sin duda puedo decir que si queremos lo que pocos tienen, se tiene que hacer lo que pocos hacen, y que no va a ser fácil, ni de hacer ni de explicar. Sin embargo, no puedo mandar un mensaje de "querer es poder" porque no es así. Juntamente con las decisiones que he tomado, las instituciones sobre todo las de acceso a la educación superior han jugado un papel fundamental, desde la apertura del sistema abierto de normales donde mi mamá pudo estudiar, la educación gratuita que me dio la UNAM, y los posgrados que he cursado que cuentan con apoyo del CONACYT. Además la multiplicidad de trabajos en los que estuve durante mi paso por la universidad me hacen poder ahora hablar de la precariedad del empleo en México y su desvinculación con las expectativas de los jóvenes universitarios. En otro respecto, el hecho de haberme podido mover del barrio donde crecí, salirme de ahí, conocer otras perspectivas me fue fundamental para darme el valor de tomar decisiones que son atípicas en el lugar donde vengo. Por lo cual, agradezco mucho las conversaciones con mis profesores y compañeros que me han acompañado a lo largo de mi trayectoria. Finalmente, tampoco crean que me clavo mucho en eso de ser impostora. Haciendo una evaluación, todo ha valido la pena y lo volvería a hacer, y no sólo por mi, sino por las generaciones futuras. 

Cierro esta entrada deseando que algún día la escalera se vuelva mas ancha y con peldaños mas cortos donde todos la puedan subir.